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4.3.24

Tenía que nacer el 29 de febrero

 


Ella es un universo en sí misma, llena de historias, aventuras, energía bonita y algunos duros recuerdos.

Está llena de poder, en sus ojos habitan hechizos y en su voz el encanto de la alegría.

Caótica, extraña, mágica y peculiar, como ella no hay muchos seres humanos y es una lástima, la verdad, aunque así ha de ser porque creo que, si se encuentran dos como ella, implota el planeta.

Yo la llevo tatuada en mi espalda, palpitando en mi corazón y sonriendo en mis recuerdos, porque a pesar de lo maluco que hemos atravesado, el espejo de su mágica sonrisa siempre reina en mi mente.

Bienvenida al nivel cuarenta, niña del azul, es un honor acompañarte en tu viaje.

19.2.23

Me dieron

Hace un par de días me arrancaron un pedazo del corazón. 

Ahora no debo escribir ni buscar de ninguna forma a la hija de mi hermano. Con lo que la amo, con lo que la he extrañado por tantos años, con lo que me he preocupado y lo hago en el diario vivir. Vaya mierda, pensé que debía mantener contacto con ella para que sintiera que nosotros, es decir, este lado de su familia, siempre hemos estado pendientes de ella y que siempre estaremos ahí dispuestos a ayudarla y a amarla, pero ahora resulta que debo dejarla en paz. 

Olvidarme de ella.

Sentí que un pedazo de mi corazón o de mi fue arrancado, removido como si de una cirugía a corazón abierto se tratase.

Lo último que escribió su papá fue "HIJA TE AMO" en una hoja sobre una carpeta que contenía los documentos de una empresa que él había creado para que la mamá la sacara adelante y darle a su hija un mejor futuro. Ella fue su último pensamiento cuerdo.

Me dieron en un punto débil.


4.2.21

¿Te imaginás vos y yo?

¿Te imaginás vos y yo? Yo sí lo hago, mirá te lo dibujo en la mente:

Es de día, el Sol acabó de salir y se entró por la ventana, sin pedir permiso iluminó una habitación en la que dormimos abrazadas en una cama de sábanas negras -o blancas- que nos atrae tanto como la una a la otra, una cama que está calientita porque tu cuerpo y el mío descansaron plácidamente juntos, sin separarse mucho porque no hay nada más rico que arruncharnos.

Me despierto y seguís dormida. Me separo de tu cuerpo, no sin antes darte un beso en la mejilla. Te envuelvo en las sábanas y voy a la cocina.

Preparo un café para vos y otro para mí. Voy a la cama y te lo doy luego de despertarte a besos y abrazos, “buenos días hermosa, te traje un café delicioso” -aunque no será tan delicioso como vos-. Soy lo primero que ves cuando abrís los ojos y sos lo primero que veo, ¿puede haber algo mejor?

Todo muy normal, pero repleto de buena energía pasa en casa, lo de siempre, lo cotidiano…

El desayuno -para que Lu no se desmaye-, el baño, la organizada, la casa linda, iluminada, llena de flores y olor rico. Todo es normal, pero tiene el toque que un par de nenas que se adoran le dan a un ambiente, a un lugar.

Te vas a hacer lo tuyo, me voy a hacer lo mío, o tal vez nos vamos juntas y en algún lugar nos separamos para hacer cosas. La despedida es fácil, un besote y un abrazo fuerte, de esos que transmiten paz, de esos que uno da para entregar buena energía y así desearnos el mejor de los días. Me llevás en el corazón, en la mente, en la boca y sonreís. Yo vivo lo mismo, te pienso tanto como lo hago hoy que te escribo esto. Siento que te adoro, que me muero por vos y no veo la hora de volver a verte.

Pasan y pasan las horas, uno que otro mensaje de texto y llamada para saber cómo vamos, no más para dibujar en tu recuerdo mi voz y para hacerte sonreír otra vez. Además, porque juntas solucionamos todo, todo es más fácil, hasta el más aterrador de los problemas.

Llega la hora de volvernos a ver… ¡por fin!

Nos encontramos en algún bar para tomar un par de cervecitas o cafés -depende del ánimo- y hablamos un rato. Cuando te veo tiemblo, me paralizo, te memorizo y salto a abrazarte, luego te doy un beso y sonreímos. Esos ojos tuyos son la locura, me mantienen como hechizada y hay que ver cómo brillan para entender que las estrellas de la Tierra viven todas en tus ojos.

Hoy nos dieron ganas de parcharnos con algunos amigos en común y bueno, llegaron al bar y se nos unieron en las copas. Pero no siempre es así, a veces sólo vamos vos y yo, a veces ni nos vemos en el bar sino en casa directamente. A veces es mejor refugiarse en el castillo de princesas que andar por ahí callejeando.

Hacemos la cena -sí, cocinamos juntas-, hoy hicimos arroz con pollo y cositas, delicioso, pura cenita hecha con amor. Después de cenar a veces lo que hacemos es sentarnos en el balcón a ver el mar y el cielo jugar mientras nos tomamos un vinito y obvio, nos fumamos un chococripi.

¿Sabías que tenemos vista al mar? Es obvio, no podemos alejarnos mucho de lo que somos.

Viendo las olas nos tomamos de la mano, nos reímos, hablamos mil cosas -como siempre- y hacemos eso que nos hace perfectas para la otra -que no sé qué es, pero lo hacemos-, eso que desde el día 1 nos enamoró.

Sentada en el balcón te miro, flipo, sonrío y me acerco a darte un beso. “Te amo Jo”, te susurro pasito en el oído. Vos me mirás y sonreís.

La buena música decora el fondo sin opacar el sonido recargante de las olas cuando rompen contra la playa.

Nos vamos a la cama, ya te dieron ganas de arrunche debajo de las cobijas, y para mí dormir con vos es un sueño de siempre que ahora es real y me fascina hacerlo.

Acostadas, abrazadas, me das un besito delicioso, suavecito, delibesitos me das vos y a mí hasta la última tripa se me revuelca por dentro.

¿Querés que pare o que te diga lo que te haría en esa cama siendo mía?

¡Ah, qué bobada! Yo te lo voy a decir, pero resumido, finalmente esta es mi imaginación y la idea es dibujarte un día de nuestra vida. No te lo voy a detallar mucho, no sea que cuando lo vivamos ya sepás exactamente qué pasará.

Te quito la ropa, despacio, a medida que a besos te recorro y te acaricio suavemente con mis manos. Quieta, te quedás disfrutando y sintiendo, esperando sin afán el momento en que podés tomar el control porque por ahora no te dejo.

Absolutamente hermosa sos, me saltan todas las células y les obedezco el impulso a darte más y más besos, millones de caricias y me derrito escuchándote gemir. Ese sonido se me clavó en la mente desde el primer día que lo escuché y ahora más que nunca me roba la decencia.

Juego con vos y cuando ya estás loca de sensaciones brutales y placer te dejo jugar conmigo y me hacés todo lo que querés -obvio, yo jamás pondría resistencia-. Me fascinás y no veo que haya algo mejor que hacer el amor con quien llevás años enamorada.

Sin ropa nos abrazamos y -depende de la estación- así dormimos. Con sonrisas enormes, corazones saltantes y ojos brillantes nos despedimos en un último besito de la noche, aunque claro, cada vez que una de las dos se despierta le da un beso a la otra, no sea que se nos olvide que vivimos en un sueño.

Ahí está. Podemos variar lugares, actividades, lo que sea, menos que vos y yo nos encantamos, nos fascinamos y nos amamos… ¿Qué no te gustó?

11.1.21

Nada está bien

Nada está bien. Bueno, algunas cosas están bien, muchas cosas lo están, pero nada está bien. El 2020 se terminó y sigue siendo la misma mierda. La pandemia no se ha ido, como mínimo se ha empeorado, porque ahora la gente tiene esperanza en una vacuna que no remedia el problema y se han relajado aún más.

Andrés sigue muerto, la tía sorpresa sigue muerta, cocoliso sigue muerto. Ninguno volverá y yo no me acostumbro.

Ayer pensé verlo en un muchacho afuera de mi casa en el parque, se me rompió el corazón, nunca más lo volveré a ver. Me sabe a mierda la vida así, la vida sin él, la vida sin ellos. Pienso en tantas cosas que debí haber hecho mejor, en tantas cosas que pude haber hecho diferente, tal vez así él seguiría aquí, o tal vez no, ya no hay forma de saberlo. No existen las máquinas para devolver el tiempo y si existiera, no sé a cuál momento viajar para evitar esa puta tragedia que acabó con una parte de todos nosotros.

Cambiaría mi reino por su vida, que nunca se hubiera ido, porque ay, cómo me duele. Nada me había dolido tanto como perderlo, aunque lo siento, lo huelo, lo percibo, lo recuerdo, lo pienso tanto que me ahogo en lágrimas por no poder escucharlo, mirarlo, abrazarlo. 

Algo dentro de mí se murió esa madrugada, y parece que poco a poco se fuera llevando un poco más. Nada está bien. 

Ni 2020, ni 2021. ¿Feliz año? ¿De qué mierda estás hablando? 

El 2021 es lo mismo que el 2020 con un 1 de más. A la pandemia, la quiebra, la muerte y los demonios mentales no les afecta que la Tierra haya pasado otra vez por un punto en su órbita alrededor del Sol. El año nuevo no cambia nada, manada de pendejos.

16.11.20

Así fue el atentado

16 de noviembre de 1999

Vos la recordás como una noche de noviembre que primero fue cálida y luego fría, yo la recuerdo como una de las peores noches de mi vida, por no decir la peor.

Vos recordás el calor de las balas y el frío de la muerte arropándote, yo recuerdo cada minuto como si no hubieran pasado todos estos años.

Recuerdo llamar a casa para que nos fueran a recoger a la tía y a mí en la escuela de inglés, pero en vez de eso escuché “le dispararon”, no entendí ni a quien. Confundida, le entregué el teléfono a la tía, ella sí entendió. “Le dispararon a Andrés”. Por un instante sentí que un calambre recorrió todo mi cuerpo, se detuvo mi corazón y mi mente se quedó en negro.

Recuerdo la lluvia que me golpeaba en la calle, mientras intentaba conseguir el transporte para regresar a casa, misión que se hacía imposible. De noche y con una lluvia tan fuerte, no hay forma en esta ciudad. La frustración te inunda, como la lluvia a los zapatos. No hay buses, no hay taxis y caminar hubiera sido una locura en esas circunstancias, agravadas por esa urgencia que sólo le daba más energía a la frustración.

Es horrible no poder remediar una situación, atrapadas, emparamadas, asustadas y desesperadas, mientras en otro lugar se desenvolvía una tragedia. Vos debías haber ido con nosotras a clase, no recuerdo por qué no fuiste, aunque conociéndote, probablemente no fuiste porque tenías mejores cosas qué hacer. Tal vez no te hubieran disparado, o tal vez los sicarios hubieran aplazado su misión. Esta última opción es la que probablemente hubieran hecho, no creo que ese tipo de atentados puedan desecharse tras un intento fallido.

Recuerdo el llanto ahogado, el miedo o mejor dicho, el pánico disfrazado de susto, mientras íbamos en el carro de una mujer desconocida pero amable que se ofreció a llevarnos a casa. Sentía mucho miedo entrelazado con negación, “no puede ser que le hayan disparado a mi hermano, no, seguro se equivocaron”, eso pensé.

Recuerdo el abrazo más fuerte con mi hermana que con cualquiera, su bata de Picasso, llena de pinturas de colores por todas partes. La gente corriendo por toda la casa, los gritos, los insultos, las miradas rabiosas cargadas de frustración. Era cierto, te habían disparado. Ya no estabas, te habían llevado a una clínica cercana, pero el desespero recorría cada habitación de la casa y los que estábamos allí en medio del shock parecíamos caballos desbocados.

Recuerdo ver la sangre por toda la casa, recuerdo sentir como si en mi cabeza sólo habitara oscuridad y mis pensamientos fueran hilos delgaditos que se rompían uno tras otro, sin concluir nada, sin llegar a nada.

Recuerdo que lo único que quería era verte, abrazarte, darte la mano y, con mis poquitos años y mi ignorancia de la situación, decirte que ahí estaba como siempre y que de esa saldríamos, como habíamos salido de tantas, mientras del otro lado de los fríos muros de la clínica la muerte te robaba la vida.

En medio de la locura, me subí a un carro y llegué. No sabía nada, sólo veía gente afuera de Urgencias en la clínica. Familia, amigos, conocidos, toda esa cantidad de personas que sólo alguien como vos puede reunir rápidamente, sin quererlo, en una noche del invernal y lluvioso noviembre.  Algunos estaban sentados en las aceras, otros en la calle, otros caminaban y otros estaban sentados en carros. Personas llegaban, personas se iban y volvían, pero ninguno se despedía, nadie era capaz de alejarse. Algunos tomaban tinto, otros fumaban, otros se comían las uñas, y nadie sabía nada. Todos lloraban, se abrazaban, se intentaban dar consuelo, algunos rezaban, otros planeaban venganzas.

Recuerdo las expresiones de furia en las caras de tus amigos, parecía como si una escena peor se fuera a desencadenar cuando encontraran al que te había mandado a matar o a los que te habían disparado. Ellos rápidamente supieron quién había dado la orden y sabían dónde vivía. “Estos locos se van a ir a matar a alguien”, pensé.

Yo, una niña que nunca había sido normal, ni común, ni corriente, no tenía idea qué hacer. Todo eso me parecía increíble. Te admiraba demasiado, y aunque a veces habías hecho cosas un poco dañinas, no me imaginaba que algo así pudiera estar pasando, después de todo, vivíamos en un buen barrio, éramos una familia de bien, y nos rodeábamos de buenas personas, al menos eso creía.

Sentada en el borde de la acera, sólo miraba a todos los grupos de presentes en los momentos en que las lágrimas despejaban mis ojos. Sentía las miradas, sentía el dolor en el aire, sentía la angustia de mis papás, de mis tíos, de mi hermana y de todos los que estábamos ahí esperando alguna palabra o señal por parte de los doctores.

Esperar y esperar, no había nada más que hacer mientras los médicos intentaban arreglar ese lastimado cuerpo que luchaba por su vida.  Te habían impactado dos balas en el torso, y al parecer habían hecho bastante daño. Fue una noche muy larga, los minutos parecían estirarse como gomas de mascar infinitamente elásticos. Una noche cargada de emociones y sentimientos muy fuertes, no todos muy buenos, por supuesto. 

Fue una noche que cambió para siempre la vida de todos nosotros. Fue el principio de muchas noches de insomnio, días de dolor, de paranoia. Muchos llantos, desesperos, intentos de salir adelante, ensayos, errores y de esperanza de que algún día, todo volviera a estar bien. Todo podría llegar a estar bien, pero nunca nada volvería a ser igual.

Alrededor de las 7 de la noche suena el timbre, Hernán se levanta de uno de los muebles de la sala y sin preguntar quién es, abre la puerta. Él primero abría la puerta y después preguntaba, nunca entendí por qué, tal vez era demasiado confiado, tal vez no se imaginaba que algo malo, algo como esto, podría pasar. Para alguien que fue amenazado tantas veces por sus logros en la política del país, siempre me pareció increíble ese vicio de abrir la puerta para descubrir quién tocaba, si para eso se instalaba el ojito en el medio de la puerta.


“Buenas noches”, dijo.

“Buenas, señor, ¿está Andrés?, venimos a entregarle unos CD”, dijo un hombre.

“Si, aguarden”, respondió Hernán. Justo él, ese papá que daba su vida por vos, qué ironía.

“Polo, lo necesitan en la puerta”, gritó. Era una casa inmensa y tu habitación era la más alejada de la puerta. Gritar era necesario para comunicarse de un extremo a otro.


Hernán dejó la puerta entreabierta y volvió a sentarse en el mueble de la sala, seguramente estaban pasando las noticias en televisión. Afuera habían quedado dos muchachos que habían llegado en una moto.

Saliste, no recuerdo si hubo algún intercambio de palabras, o si inmediatamente empezaron a dispararte. Afortunadamente tus reflejos te hicieron entrar corriendo de nuevo a la casa, aunque ya era demasiado tarde. Lograste entrar y caíste al suelo. Te desplomaste y entre gritos se desató el caos.

Un muchachito adinerado estaba celoso porque eras el nuevo novio de su ex. La ex no era una mujer admirable, no era muy hermosa ni tenía un cuerpo espectacular. A mí no me parecía bonita, además no me sentía cómoda en su presencia, me parecía un poco rara, como esas personas que emanan una energía o algo que no te permite sentirte a gusto a su alrededor. Contrario a lo que solía pasar con tus novias, con esta no logré conectarme. En fin, ella no era una mujer por la que uno creería que alguien podría matar. Increíble, por una mujer con el tatuaje más horrible que podía tener en su pecho, un niño rico te mandó a matar.

Recuerdo haberme enterado de que era hijo de un juez de la ciudad y que por eso nunca lo iban a hacer pagar, ni a él ni a los sicarios. Recuerdo también que supe su nombre y el nombre del conjunto residencial donde vivía. Años después fue algo cerca a la tortura el tener que pasar todos los días frente a su casa, sentada en el bus que hacía la ruta para llegar a la empresa donde trabajaba. Me preguntaba si aún estaría ahí adentro o si estaría viviendo en un país como Estados Unidos, si sentía algo por haber dado la orden de asesinarte, si algún día alguien le haría pagar, qué le habría dicho su papá antes de escapar, qué clase de persona era para actuar de esa manera tan vil. Todos los días, de lunes a viernes, pensaba en la trágica noche y me llenaba la mente de preguntas que seguramente nunca tendrían respuesta, porque sabía que era una causa perdida, sabía que al desgraciado niño rico ni a los sicarios la justicia los iba a atrapar.

Hay momentos que se quedan grabados en la mente, la noche completa del 16 de noviembre de 1999 es sin duda uno de ellos. No la olvidamos nosotros, ni tampoco la olvida nuestra casa, porque en sus muros todavía se pueden ver los orificios hechos por los impactos de las balas que tenían como objetivo, matarte.


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