28.2.24

¿Vos qué escribís?

Gajes del oficio de ser escritora

La pregunta obligatoria de cada persona que quiere entablar conversación conmigo:

Mi respuesta automática es: lo que me dé la gana.

Así, cruda, sin tapujos, sin intenciones de disfrazar y llena de franqueza, porque es la verdad, yo escribo lo que me dé la gana.

Si me sale escribir poesía, eso hago, así no tenga nada de poeta ni siga reglas, métricas ni formaciones que configuren el resultado como poema.  Lo mismo con alguna historia, cortica o larga, del tema que tenga en la lengua.

Esa es la clave, escribo lo que me dé la gana del tema que tenga en la lengua.

Ensayos, relatos, poesía, opiniones (que aquí se llaman Patadas de realidad), monólogos y frases que no son célebres porque yo, ni destacada ni famosa.

Escribo muchos contenidos LGTB+ porque se generan enormes cantidades de escenas de este tipo en mi cabeza, y porque son llamativas. Está claro que el sexo vende y dado que se me facilita describir encuentros sexuales de forma estética, lo hago.

Algunas enfermedades mentales, la muerte y el suicidio también hacen parte de mi abanico temático. Ahora no voy a meterme por ahí.

A veces se alborotan las letras en mi cabeza porque recibí algún estímulo o concebí una idea y, si logro vencer mi pereza, escribo.

Para no ser grosera respondo: de todo.  Sin embargo, en realidad quisiera decir, yo escribo lo que me da la gana cuando me siento a hacerlo o cuando me atacan las letras.

De lo que me dé la gana y en la forma en que me dé la gana.

De lo que quiera, como lo quiera. Va sonando menos grosero.

De lo que haya en mi cabeza, o de lo que me pida el cliente, en cualquier formato. Bah. Ya nos vamos por las ramas.


18.1.24

No sabemos contemplar

No nos lo enseñaron, tampoco lo descubrimos. Confundimos hacer nada con estar aburridos, entonces hacemos cualquier cosa por el tiempo que sea necesario, para luego detenernos y pronto nos embarcamos en una nueva actividad, porque quedarnos quietos, haciendo nada, tan solo mirando, contemplando, se asocia con perder el tiempo, y dios nos libre de semejante pecado (que se les quedó por fuera de los diez mandamientos a los católicos) o tal vez en la época de Moisés no se consideraba pecado, o tal vez ese estaba en la tabla de piedra que Moisés quebró por cascarrabias.

Ni contemplamos para afuera, ni contemplamos para adentro.

Nos aproximamos cuando vamos en un tren -o cualquier otro- y no tenemos con qué entretenernos, es como una contemplación obligada, que más adecuado sería llamarla: mirada perdida con cavilaciones aleatorias cerebrales (igual a aburrición).

Acostarse en una hamaca a mirar el cielo, sentarse a observar un bosque, mirar un paisaje, en silencio, sin escuchar música, sin teléfono -o sus similares-, sin distractores, es un acto al que nunca nos acostumbramos y nos parece una locura, un desparche, una vagancia, una pendejada.

No tenemos que hacer nada, podemos sentarnos en un parque, mirar por la ventana, acostarnos mirando al techo, durante el tiempo que podamos y aguantemos. Si, el que aguantemos suele ser menor que el tiempo que podemos.

Los viejitos saben ser más contempladores, ¿será porque a medida que envejecemos nos damos cuenta de que todo importa un pepino (perdón, pepino), un carajo, y que aprendemos más viendo el mundo pasar, dejando que el cerebro haga emerger ideas y pensamientos mientras nuestros ojos solo observan lo que tienen al frente? ¿o será porque no tienen cómo entretenerse?

¿O será porque tienen mucho tiempo libre que les queda tras hacer filas en las EPS y vueltas en los bancos, y les da hasta para contemplar?

En los colegios o en las casas deberían enseñar a contemplar, pero ¿quién sabe hacerlo?

Tal vez por nuestra incapacidad de hacerlo es que nos meten tanto contenido estúpido, vacío (¿si vio el oxímoron?) por todos lados. Si aprendiéramos a quedarnos quietos, no tendríamos esa necesidad de mover los dedos hacia abajo en una pantalla y consumir poco conocimiento pero grandes cantidades de necesidad de seguir moviendo los dedos hacia abajo, porque a veces ni estamos mentalmente conectados a lo que vemos y nuestros dedos siguen atrayendo contenidos.

Mover los dedos arrastrando videos e imágenes en una pantalla es una droga, la heroína del mundo digital, sintética, no entra por las venas ni la nariz, entra por los oídos y los ojos. EHeroína. Heroín@.

Nos enganchamos y ni nos aprovechamos de esos algoritmos que bien podrían enviar.

—¿Vamos a contemplar juntos?

No creo que sea una frase muy pronunciada o escrita entre personas.

Si usted es capaz de mirar a su novia, desnuda, bañándose al aire libre, lo felicito.

Si usted es capaz de mirar las olas del mar (o el oleaje) sin tener en su mano un distractor por más de diez minutos, lo felicito.

Y recibirá mayor admiración a mayor tiempo contemplando.

Es que es muy berraco, y no he siquiera tocado el tema del interior. Esa mirada sí que es dura.  Aplausos para todo el que lo hace.

¿Cuántas horas no habrán pasado contemplando los grandes pensadores de la antigüedad? ¿Cómo se configurarían sus vidas y sus mentes para que pudieran hacerlo durante tanto tiempo? Porque Sócrates no salió con tanta cosa en “media horita”.

Por ahora me despido, voy a ver una enorme nube que parece Godzilla, a ver si aprendo ese jodido arte de contemplar. Eso sí, primero la foto para la posteridad ;)

19.12.23

¡Qué difícil es vivir del arte!

¿Ser artista es fácil en Colombia?

Es desanimadora la abrumadora red de editoriales que abundan en el mundo, cuyo negocio es "ayudar" al autor a publicar sus textos a cambio de módicas sumas.

Todo es dinero.

Lo que muestran en las películas y se ha grabado en el imaginario (al menos en el mío), de que un autor recibe dinero para que escriba un libro, es una utopía si me lo preguntan, y si no lo hacen, igual lo digo: es utópico.

No sé qué clase de mago hay que ser para que suceda, porque al parecer en todas el que paga es uno, y vaya a ver si recibe luego algún dinero.

Se paga en las editoriales independientes. Las corporativas, las grandes, las famosas son las que le pagan al autor, pero tiene uno que crear en un nivel altísimo de calidad (y no sé qué más) y si tiene suerte, se alinean los planetas y caen polvos mágicos sobre el que recibe el manuscrito, tal vez sus letras pasen al comité editorial y de ahí en adelante, que los dioses las bendigan para que lleguen a las librerías.

¡Qué difícil es vivir del arte!

Seguir en la lucha.

Buscar editoriales. Averiguar cómo lograr ser publicado, o como mínimo, ¿cuánto vale ser publicado?

Más allá de la publicación, uno requiere distribuir y vender sus libros, de lo contrario, ¿para qué publicó? Algunas editoriales independientes hacen el favor de distribuir, pero hay que tener mucho cuidado, porque algunas prometen el cielo y entregan el infierno.

Entonces no es solo publicar, es publicar y vender.

Ay bendito, qué abrumador.

¡Qué difícil es vivir del arte!


Fuente: Shutterstock_1714803409-1024x1010.jpg (1024×1010) (lamenteesmaravillosa.com)


16.12.23

Se murió mi vecina, qué maluquera

Se murió mi vecina, qué maluquera.

No estoy siendo irónica, en absoluto.  Estoy siendo sincera, porque mi vecina era una viejita tan genial, que siento auténtica y cruda maluquera.

95 años, se murió de desgaste físico, de tantos meses habitando este planeta, pero se hubieran muerto de risa con ella y hubieran deseado coincidir más con ella, se los aseguro.

"Sufría" de Alzheimer, y lo pongo entre paréntesis porque no le dolía un pelo, y si le dolía algo, si se lastimaba, en cuestión de instantes lo olvidaba y retomaba inmediatamente su personalidad alegre, fiestera, despreocupada. Para ella, el dolor no existía, ¡cómo no querer a un ser humano que jamás se quejó en mi presencia!

Era auténtica, cuando quería irse lo decía, de frente, sin rodeos, sin pena, no como uno que se inventa excusas y mentiras para no quedar mal por querer irse.  Cuando quería que la visita se fuera, decía frases como 一ve, está como tarde一, 一ve, se está haciendo como tarde, y ¡ustedes solas!一, con una entonación paisa que borraba cualquier intención de tener tacto. Era sincera, una maravilla de mujer.

A mi casa entraba muy a menudo, y cada vez le parecía nuevo todo, siempre se sorprendía y admiraba el tamaño de mi casa (que no era muy superior al de la suya) y mi balcón siempre recibía calificativos especiales, 一ve qué balcón tan bueno, frente a ese parque tan hermoso, aquí se debe pasar muy rico一.

Ay, doña Aura, qué grandeza. Yo era feliz dándole el tour, así como llevándola a su casa, cuya entrada es literalmente perpendicular a la mía, a escasos centímetros. 

一¿Y es que esta es mi casa?

一Si doña Aura, esta es su casa.

一Ve, ¡qué tan bueno como estamos de cerquita!

Cada vez que le daba la cantadera, uno sabía que estaba muy feliz, y pedía cigarrillos. Se sentaba a fumar en el quicio de las dos casas y cantaba, a mí no me gustaba el olor, pero igual salía a verla cantar, me reía y cerraba la puerta si estaba ocupada.

Matilda, mi perra, se entraba a su casa todos los días, y cuando ella la veía, decía, 一ve, ese perrito negro está como perdido一, o 一¿de dónde habrá salido?一 o 一¿ese es de nosotros?一 jajajaja, me muero de risa con los recuerdos que tengo de mi querida vecina, siempre en batica, con su 1.50 de estatura, ese cuerpecito chiquito y frágil albergando tanta grandeza.

Nunca me reconocía, yo me le presentaba cada día y a ella le parecía "una dicha" tenerme de vecina. Pero realmente, la dicha era mía porque siempre me llenaba de alegría.

La extrañaré, mucho, qué maluquera que se haya muerto mi vecina. 

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