Y así, en una tarde de septiembre, mi vida se partió en dos.
A partir de ese día nada volvió a ser como era, la alegría se disipó y una tristeza infinita tomó el control, consumiéndome.
Hoy recuerdo su piel, sus ojos, su pelo, su voz y su amor.
Sobre todo su incondicional amor, esa forma de tratarme como si hubiera sido mi madre, ese trato especial.
Yo su estrella, ella mi ángel terrenal... Se fue al cielo y nada volverá a ser igual.
Se acabó su agonía, se detuvo su dolor, dando paso a mi desolación.
Intento llenarme de su energía, fortalecerme en su huella, sin embargo, su ausencia me carcome y nada echo de menos más que sus tiernos abrazos, ese despliegue del más puro amor, esa facultad de darle solución al más mínimo o arrollador de mis problemas...
Hoy, no hay mucho que pedirle a un corazón que hace un año se despedazó.