Habíamos estado hablando durante varios días acerca de una especie de atracción mutua, una novedad porque ninguna de las dos había sentido algo así por una chica, sin embargo, varias razones no permitían que nos pudiéramos juntar, por lo que todo se había mantenido muy normal entre nosotras, como amigas unidas, como las mejores amigas.
Un día cualquiera, habíamos quedado para comer en uno de tus sitios favoritos en un parque concurrido de la ciudad, cerca a tu trabajo. Al salir nos detuvimos de pie junto a una camioneta blanca y para despedirte, te acercaste a mi y me diste un beso en la mejilla. Yo me quedé quieta, tú también, nuestras mejillas quedaron juntas, estábamos como paralizadas, como si una corriente eléctrica nos hubiese inmovilizado. Yo empecé a girar mi cara, rozándote con mis labios, dirigiéndome hacia a tu boca.
Recordarlo me revuelca todo por dentro, qué sensación tan real, qué momento tan increíble y espectacular sucedió a continuación.
Cuando estaba a punto de llegar, ¡giraste tu cara y me besaste!
Sentí que el universo se encogió y luego estalló entero dentro de mí.
Nos besamos de la forma más tierna y desesperada a la vez, qué mezcla tan indescriptible. Nos besamos una, dos, muchas veces, tan fuerte fue que decidimos no separarnos. Recuerdo que yo tenía tu cuerpo recostado contra la camioneta y cuando dejamos de besarnos me dijiste que me quedara contigo, y yo, completamente hechizada, así lo hice. Te habías intentado despedir, pero ya no te interesaba irte.
El resto del día siguió como siempre, juntas, pero sin besarnos, aunque ahora en tus ojos había algo diferente y en mi cara había una sonrisa enorme. Yo no cabía de la felicidad, no podía creer lo que había pasado.
¿Qué fue ese beso? Todavía tiemblo y mi corazón se acelera al recordarlo. Creo que, si alguien me vuelve a besar de esa forma, enloquezco.
Al caer la tarde llegamos a tu casa, me dijiste que me quedara a dormir, como tantas veces solía hacerlo. Nuevamente, como embrujada, acepté. Volviste a besarme y yo no podía creerlo. Los labios que sentía eran diferentes a todos los que había conocido, suaves, de una delicadeza sorprendente, y al sentir tu lengua, perdí la noción de todo, mi mente se nubló y sólo existíamos tu y yo y ese beso, tierno, casi tímido, uno que cada segundo que pasaba tatuaba en mí sensaciones inolvidables.
Recuerdo que al acostarme en tu cama te di la espalda y tú me abrazaste, me acariciaste la cara, el cuello, jugaste con mi pelo, luego te levantaste un poco y me besaste y mi mundo desapareció. Yo podía ver tu cara a pesar de la oscuridad, esa que no permitía ver nada más que tú y yo en una cama, sábanas rozando nuestra piel como debían hacerlo nuestros labios, nuestros cuerpos. En esa oscuridad total y con la seguridad de que nadie podía interrumpirnos, me abrazaste, me dijiste unas palabras que prefiero no repetir y cedimos ante el sueño que se apoderó de nosotras, tu cuerpo unido al mío, tu respiración en mi cuello, tu aliento tan cerca de mí.
Así recibimos el Sol de un nuevo día, desperté a tu lado y fue la cosa más increíble, es un cuadro que nunca olvidaré, tu beso de buenas noches, despertar a tu lado, ver tus enormes ojos abrirse brillantes y sonreír juntas para comenzar un día cargado de todas esas sensaciones que horas antes habíamos grabado en la otra.
Ahora has abierto los ojos, me miras sonriendo y yo te devuelvo la sonrisa. Desde hace unos minutos he estado despierta, intentando saber si lo que tengo en mi memoria ha sido realidad o ha sido tan sólo un sueño.
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