El Carbiélago viaja en un mar que tiene más colores que la paleta de un pintor que decidió plasmar en el cielo la imagen de la perfección.
El mar es tranquilo y agitado, es calmado cuando los tripulantes del barco lo enamoran y se pone furioso cuando siente que lo pueden contaminar.
El Carbiélago guardó el ancla, va avanzando sin prisa, sin camino definido y con el cielo a favor, sueña y vive con amor, amor al mar que lo sostiene y lo guía por unas aguas que desconoce, pero que lo atraen y lo incitan a recorrer la felicidad.
En cualquier momento el mar puede hacer que el Carbiélago alce sus alas y vuelva al cielo, a viajar entre las estrellas buscando destinos diferentes, pero por ahora este barco especial se gasta los días en pause, mientras llega a un puerto y vuelve a despertar cuando el mar lo toca y se lo lleva en sus brazos a donde nadie ha ido.
El Carbiélago y el mar tienen una relación simbiótica llena de alegría, aunque a veces quien comanda el barco se equivoca y se enfrentan a una furia que más que darles miedo les duele, porque cuando el barco parte a la mar todos se ponen contentos, pero cuando el mar no quiere que viajen, los deja en puerto tan aburridos que pierden hasta el sueño.
A veces en las noches se observa al capitán y a la tripulación del Carbiélago gritando con todas sus fuerzas al mar para que los abrace y se los lleve lejos, pero ese mar parece hacerse el loco o no alcanza a escucharlos, y el Carbiélago queda abandonado en su mundo de sueños y viajes sin destino final, lo más divertido es que ninguno tiene ganas de irse a viajar fuera del mar, es uno de los lugares más increíbles para estar y hasta que el mar no de la orden, el Carbiélago no zarpará en busca de otro destino.
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