Si usted está dispuesto a vivir sin mi, no debo menos que aprender a hacer lo mismo.
No suena divertido, le garantizo que por mucho tiempo lo extrañaré y seguramente en unos años aún lo piense, me provoque hablarle -aunque sea de vez en cuando- y me enrolle la cabeza inventando razones tontas para no hacerlo.
Siento que no puedo más. No es digno ni justo estar pendiente de usted, gastar tiempo pensando en sus comportamientos, desarrollando teorías y conjeturas que expliquen sus maneras de actuar y esperar, si, esperar a que le de la gana de dar algo… ¿Qué sentido tiene?
Siga su camino, con el ego aporreado y el alma inquieta me retiro a curarme las heridas, a revolcarme y arrancarme la rabia a pedacitos hasta que deje la carne viva al aire y vaya volviendo poco a poco a mi normalidad, de manera que al mirar hacia atrás su recuerdo no me perturbe y me sienta intacta.
No va a ser fácil, no es pan comido, pero si es lo que tiene que pasar, es lo que haré.
Leer esto y sentir que lo debí haber gritado mil y una vez hace tiempo.
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