La lucha por los derechos de todos los seres humanos, por el respeto a la vida, por el derecho al matrimonio, al voto, a formar una familia, a caminar de la mano de quien se ama sin miedo por las calles, a vestirse como se quiera, a poder entrar a bares y restaurantes sin que te miren como un bicho raro que no pertenece, sin que te juzguen por tu forma de vestir, de hablar, de amar, de ser, por tu color de piel o porque llevas de tu mano a alguien de tu mismo sexo o porque te vistes o actúas como si tu sexo fuera otro diferente.
Esa lucha la vivimos día a día, no sólo en marchas no sólo
en protestas ni en días especiales.
Es una lucha contra la discriminación.
Yo he decidido alzar mi voz por medio de mis letras y así
lucho cada día.
Cada vez que una persona me lee, estoy avanzando. Cada vez
que una persona navega entre las páginas de mis escritos, avanzamos todos en el
campo de batalla. Cada vez que una persona cambia por lo menos una idea en su
forma de pensar frente a los temas que he tratado en el mensaje que leyó, es
una pequeña victoria, porque todos sabemos que el mundo necesita cambiar
radicalmente en muchos aspectos, pero no va a pasar al mismo tiempo en todo el
planeta.
Ese cambio no se hará de la noche a la mañana ni en toda la
humanidad al mismo tiempo.
Ese cambio se hará persona por persona.
De pequeñas victorias en pequeñas victorias, iremos ganando
en esta lucha que no puede ser detenida ni olvidada mientras en el mundo haya actos violentos contra otro ser humano porque no era del color de piel o de la
inclinación sexual o de la religión o del género que el violento quería.
Cada uno de nosotros debería escoger cómo va a enfrentarse
en esta lucha. Si es con armas, con música, con pinceles, con micrófonos o con
plumas. La lucha puede ser personal o
por la sociedad, lo valioso es tener el coraje de mirar el problema de frente y
embestirlo.
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