Hola. Soy Ana, la que juega con letras. Hace muchísimo tiempo que no lo hago a pesar de llamarme escritora. Lo he dejado atrás por miedo a excavar en mi interior y conseguir más dolor. Una paradoja: no escribo por miedo al dolor, pero no hacerlo me da más miedo, porque si no soy esto, ¿qué putas soy?
Debería dejar la cobardía y enfrentarme a cualquier cosa que alimente el diagnóstico ese. Depresión persistente. Hay cinco tipos de depresión y a mí me tocó la que no tiene cura, ¿ah?
A eso le sumamos unos cuantos duelos y la muerte de mi hermano el 1 de octubre de 2020, y terminamos con un resultado que no hace parecer extraño el pensamiento suicida. Sí, me encantaría seguir el ejemplo de Andrés, pero sin ahogo. Yo me tragaría todas las pastillas y me encerraría en el garaje con el carro encendido. Una delicia. No hay dolor, no hay escenas escandalosas ni charcos de sangre. Aunque qué encarte para el que herede el carro, ¡y el garaje!
Es frustrante. Dele y dele y dele, avanzo, me mejoro, me siento aliviada y ¡pum! De regreso al principio. Es como la historia del que tenía que subir una enorme roca por una montaña, que cada que creía que estaba coronando, ¡paque! desde la base otra vez, por los siglos -sin amén-. SÍSIFO. Ok. Pueden llamarme Sísifa, aunque la idea de volver a empezar y repetir la misma cosa toda la vida me resulta insoportable.
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