Sin duda alguna me he enamorado, lo veo escrito en todo lo invisible, lo escucho en el silencio, mientras mi corazón rompe la arritmia habitual y se pierde entre la energía y el poder.
Me recuerdo caminando sobre el acantilado, jugando al equilibrio con los pies mientras bailaba lo que el viento me cantaba, mirando al cielo con una sonrisa me preguntaba qué debía hacer, sintiendo el susto previo a un salto miraba al mar, sabiendo que no lo quería tocar, sólo quería volar y me preguntaba...
De repente me detuve, miré al Sol, sonreí, elevé los brazos y con la sensación de libertad bajo mis brazos, la esperanza de no caer y con la certeza de volar, salté.
El cielo fui, del cielo soy y al cielo voy, completamente convencida de la grandeza de mis alas sigo volando, hace 2 meses salté del acantilado, no he tocado el mar y sin intención alguna de regresar a tierra, con toda la energía voy, ¡feliz!
En el cielo encuentro todo lo que necesito para despertarme cada día dispuesta a jugar a la conquista. El aire, los minutos, la energía de las sonrisas, las miradas, los tactos.
Un vaivén de corrientes me hacen navegar en un universo inexplorado y emocionante lleno de colores, a veces hasta tormentoso, lleno de sabores y texturas, de música y de estaciones explosivas, de deseos, sin tiempos o excesivamente marcado por su avance imposible de detener.
Es un sueño. Sueño que vuelo y es real. Abro los ojos y lo vivo, lo disfruto, como nunca, lo guardo, lo interiorizo. 2 meses, de pura felicidad, de días y noches de colores, de todo lo que quiero el resto de mi vida.
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