Te quise tanto que decidí alejarte, no era por falta de amor sino por exceso de respeto.
Jamás podría darte lo que de mí anhelabas, no porque no quisiera sino porque quien anhelabas no existía en mí, no era yo, sólo fue tu percepción y el deseo que así fuera lo que te llevó a crearme, pero fallaste porque no tenía el material necesario.
Tanto te quise que preferí la soledad a quedarme a tu lado y hacerte daño.
Por no aporrearte aún más me despedí borrándote la sonrisa, nunca dudés de lo que te quise, si hay lugar a dudas, que sea simplemente del inefable destino y de su malévola capacidad de hacer coincidir a quienes nunca serían compatibles. Dudá del tiempo, de su veloz e invariable avance, pero nunca, nunca dudés de mi amor, porque a pesar de no haber podido ser lo que tanto querías, sentí morir en tus brazos y derretirme en tus labios, esos que renuncié a besar para evitar que palabras de odio llegaran a pronunciar en mi contra.
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