30/04/2012

A su olvido.

¡Y nunca volviste a casa!
Siquiera no me quedé aguantando la respiración esperándote porque hace muchísimo tiempo hubiera muerto.
Claro está, jamás te esperé.  Muy juiciosa cerré la puerta para que no se entraran los maleantes a casa y ¡me relajé!
Me relajé tanto que entró el panadero, el cartero, la policía y el bombero, todos cubrieron necesidades momentáneas, y así, sin gloria pero sin pena, me olvidé que habías dicho que más temprano que tarde volverías a casa.
Siempre tuve cuidado, tocaban la puerta, algunos hacían méritos para entrar, pero de la sala a ninguno dejé pasar, ¡no tanto por ti sino por mí! Qué pereza lidiar con 2 habitantes en la misma casa.
Casa rodante, siempre cambiante, sabrá el cielo por qué no me casé contigo.
Y si antes la casa cambiaba, ¡ahora a duras penas la reconocerías!  Tendrías que asomarte a observar con mucho detenimiento para identificar rasgos de aquella época en la que eras el habitante, el comandante, si, el de mi parte de adelante -y la de atrás-.

A veces pienso, tanto cambio desdibujó el camino que habíamos hecho para que pudieras regresar.
Después de tanto tiempo, aquí en casa no tienes nada que hacer.
Pero, ¿qué pasaría si lo hicieras?  Mi cara ante esa idea se consigue una expresión similar a la que hago cuando tomo un remedio maluco.
Todo ha cambiado demasiado, incluso estoy segura que si algún día tocaras la puerta de casa no podría reconocerte y ¡seguramente no te dejaría entrar!

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