Cuando estaba con ella, me enamoré perdidamente de él.
De su música, por eso tan sólo con imaginar esa canción sonrío locamente y me sonrojo. Esa canción es él y su energía, esa sutil mirada de ojos brillantes, sumada a esa sonrisa con la que me encontraba cada mañana al despertar, envuelta en sus audífonos sonando su elección.
De su mente tan ávida de libertad eterna, de ciudades y pueblos recónditos, de momentos sublimes sin aliento, de caminatas tranquilas, de mares y de profundidades, de atardeceres cantados y de historias cotidianas, unas ligeras, otras no tanto.
De su boca, con sus dientes blancos resplandecientes, sus labios sencillos y bien estructurados, sus formas, sus arrugas de tanta risa, su magia contagiosa al dibujar medias lunas en su rostro.
Ella no era como él, pero yo la quería.
Me gustaba sentirme en medio de su locura, de su apego y de su boca. Nunca había vivido algo como yo y me atraía sentirme tan importante. No me sentía capaz de alejarme de ella, incluso a veces hasta me parecía que jamás me iba a soltar, y sí, me gustaba la novedad.
Creía que podría ayudarla a escapar un poquito de un mundo raro del que venía, lleno de miedos y fobias, de destrucción y soledad. Era como un proyecto sensual repleto de sabor en el que me gustaba estar.
Además, no me sentía capaz de hacerle más daño del que ya traía debajo de sus cicatrices y por eso me quedé a su lado, soñando bizarro a veces con poder estar sin estar.
¿Has querido a veces que algo no sea como es por unos instantes, aunque sea para probar?
Sin duda alguna me enamoré, y siempre me preguntaré qué habría sido de los dos si ella y sus calzones no se hubieran interpuesto en mi camino…
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