En vida sentí llegar al infierno, en vida sentí morir con cada despertar, al sentir la luz del Sol llegando a mis ojos sin poder el tiempo parar, sentí rabia por mis errores, sentí angustia, sentí cuanta cosa maluca puede sentir alguien cuando se da cuenta que ha dañado a quienes ama.
Sentía como había dado un salto que en vez de llevarme a la gloria me mandó derecho al vacío, y en la caída veía mis errores y avanzaba sin poder aferrarme a rocas verdaderamente firmes que me detuvieran de un golpe contra el piso. Salté antes de tiempo y divagar por un mundo sin alegría sería el castigo que me esperaba.
Le lloré al mar, le hablé de lo que pasaba, le supliqué perdón, al punto de perder la cordura por no encontrar respuestas ni palabras adecuadas que pudieran darme una lucecita de esperanza.
Busqué en un cielo lleno de nubes, en un cielo que se empecinaba en esconder mi guía, busqué respuestas y lo único que desaté fue más sentimientos negativos por haber permanecido tanto tiempo ciega, ignorando tantos caos latentes, bailando con los problemas hasta alejarlos de mi dominio.
Navegando entre los escombros que contaminaban el mar por la caída de mí castillo de cristal, sentí en el momento menos esperado que una voz me llamó y una mano se extendió para sacarme del naufragio, para llevarme al lugar donde el cielo se une con el mar y una vez más construir lo que había quebrado.
Ahí, en el medio de la noche, las nubes oscuras se fueron del cielo, la Luna brilló con toda su energía y una vez más pude ver al cazador, recordándome que quienes están conmigo son tan importantes como quien habita el centro de su cinturón. Ahí pude ver la perfección que se alcanza cuando no hay en tus ojos más que lo que más amas, un recuerdo azul de la felicidad que se toca en la tierra, destellando hasta perforar tu memoria y grabarse en tu corazón.
Miles de estrellas brillaron en el cielo, buscando entrar en los ojos de una alegría tan grande como no ha existido ninguna otra. Esos ojos se iluminaron, en ellos algunas estrellas lograron entrar, pero con paciencia esperarán pues saben que luego de la tormenta vendrá la calma y con ella, todas esas estrellas podrán volver y el mundo sentirá otra vez estallar.
Después de haber tocado el infierno, no existe otro puerto diferente al cielo, mi cielo en vida, un cielo ideal donde pueda sonreír con alegría, donde esa alegría se funda con mi espíritu y una vez más tiemble el mundo, tiemble todo y jamás olvide que no puede existir algo mejor.
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