30/12/2007

Muerte

Una vez más sobran las palabras, estorba la gente pero la soledad amenaza atrapar en sus oscuras garras.
Se trata de abrir los ojos sellados por las mil lágrimas que se han escapado ante el sentimiento más desolador de todos los que se pueden llegar a sentir.
Perder a quien te dió la vida y quien puso todo de sí para darte la mitad de lo que sos, hace que el Sol deje de iluminar y el día se torne oscuro, pues los rayos se perciben negro mate, no alcanzan ni a brillar en su pesadez y entran como candela a través de los mismos ojos que se esfuerzan para levantarse y observar el circo que se desarrolla alrededor.
Un desfile de corazones rotos, un conjunto de caras tan largas que se raspan contra el suelo que trata de evitar que las almas desoladas encuentren el hueco para irse a buscar un infierno que está a la vuelta de la esquina, al alcance de cualquiera que quiera abrir sus ojos al mundo sucio y real.
Tantas palabras débiles, como las piernas de los dolientes, llegan a los oídos de quienes no quisieran estar viviendo esa parte de la película sino estar despertando de la pesadilla que es perder a quien se ama, por las garras de lo único seguro que tiene un ser vivo, la muerte.
Maldita muerte que sólo parece atacar a quienes te rodean y poseen tu corazón, maldita muerte que no escucha tus plegarias esperanzadas, maldita muerte que implacable llega a reclamar lo que le pertenece, maldita muerte que espera impaciente el momento de tomar lo que le prometen cuando un nuevo ser vivo toca este mundo.

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