Me acabaron de matar algo por dentro.
Te miré a los ojos y no dijiste nada.
Estuviste conmigo tiempo suficiente para advertirme.
Pero no, no lo hiciste.
Tuviste suficiente tiempo para avisarme y no tuviste los cojones.
Me lanzaste a los leones y me tuve que enfrentar a ellos.
Qué falta de tacto, yo que te creía grande, que creía que sabías enfrentar diferentes situaciones.
Por lo menos creía que después de tantos años me conocías un poquito.
Eso fue una patada al ego, un desinfle que no alcanzo a explicar.
No dijiste nada, seguro no dirás nada.
Algún día volverás como siempre, como si no me hubieras aporreado.
Te quedaste ahí, ¿pensaste en algún momento si estaba sintiéndome bien, si me estabas haciendo daño con eso?
Esto no sé si es un reclamo o la canalización habitual de mi rabia.
En algún momento de la vida leerás esto y sabrás que esa noche me convertiste en una implosión, que hiciste algo que no se hace, menos a quien estuvo disponible cada que lo pediste para ayudarte a atravesar tus malos momentos.
¡Vaya forma de manchar uno de los días más importantes del año!
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