No me gusta extrañarte, principalmente porque no entiendo por qué tengo que extrañarte, es decir, no entiendo por qué no te tengo conmigo todos los días, como solía ser, por qué no fluye como era naturalmente.
No entiendo por qué, es decir, ¿qué pasó? ¿en qué momento dejamos de ser lo más importante y pasamos a ser un saludo o un reclamo y un perdón de una vez al mes?
Qué descache.
Yo quisiera meterme dentro de vos y ver qué pasó, ver qué ves en mí ahora, saber quién soy yo en tu vida, así tal vez podría dejar de soñar con todo tiempo pasado que a tu lado fue mejor, dejaría de anhelar esa particular relación en la que éramos lo máximo, en la que concebir vidas separadas nos sacaba lágrimas.
Y ahora todo es tan diferente…
Te extraño y no lo negaría, aunque intente ocultarlo. Te pongo al frente una versión dura, repelente y desprendida, sólo porque no debería ser tan imbécil de seguir pelándote el cobre. Pero en el fondo estoy segura que lo sabés, me derretiría si volvieras a ser esa persona que siempre estuvo ahí, que me conocía como nadie, que me mostraba todo como a nadie también, esa que luchaba conmigo en los temporales, esa que era una luz retroalimentada con la mía.
Buah, vaya mierda.
No me gusta extrañarte, aprenderé a no hacerlo. Finalmente, es hora, ¿no?
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